EL AVION

Durante más de treinta años, me he sentido enormemente vinculado a todo lo relacionado con la aviación, por este motivo quisiera dedicarle estas modestas letras a un buen amigo.
Qué hermoso es volar, qué sensaciones tan imborrables se sienten cuando se está allí arriba, uno se da cuenta de lo que realmente somos; minúsculas casas y montañas, y los hombres ni se ven.
El cielo se hace más grande y el sol también.
¡Oh, Dios mío!¡Qué grande es el Universo y qué minúsculos somos nosotros!
¿Por qué cuando uno vuela siente una paz espiritual imborrable?.
Será tal vez, porque se está más cerca de Dios o quizá por sentirse parte importante de ese Universo ilimitado, que despliega ante nuestros asombrados ojos un desfile exuberante de bellas e insospechables imágenes cambiantes… Y en cada vuelo vas afirmándote más en la creencia de este poder creador, capaz de realizar las maravillas que contiene el espacio y que nos deja absortos y asombrados.
Cuando se despega se deja atrás de una manera enormemente agradable la Tierra y sus terribles problemas; los odios, las injusticias, las necedades, y después de haberse sentido sólo en la gran ciudad se encuentra uno por fin a sí mismo; al aire amigo. De repente, casi sin percibirlo, cuando uno retira un poco la palanca de los gases para empezar a escalar vertiginosamente el cielo, se siente acompañado como jamás lo estuvo en otro lugar.
Por esto de alguna manera a ti, mi gran amigo, tú que me acompañas siempre y que jamás me abandonas; y de quién me honro en tener amistad; por todo ello gracias mi buen amigo, porque solo me dejarás si te falla el corazón: ese corazón de hierro, aceite y palas que casi siempre es más sensible que el del hombre. Por ti estas letras, AVIÓN.
TOMAS CANO

TANGO ROMEO

Todas las mañanas me acercaba hasta el pequeño aeródromo situado a escasos kilómetros de la capital, pero esa mañana tenía algo de especial y no podría decir por qué. El día era de un hermoso azul, y el sol empezaba a ascender. Dejé mi coche en el pequeño aparcamiento que había justo al lado del hangar, bueno de los hangares, aunque solo uno estaba abierto, con el fin de enseñar a volar a todo aquel que se acercaba con esa pretensión.
Todos los aviones que había se guardaban en ese hangar hasta que el jefe de pilotos mandaba sacarlos a la pista de estacionamiento y a cada alumno se le asignaba un profesor, y lógicamente el avión en que iba a pilotar ese día, todo se convertía en un ir y venir de personas, mecánicos, profesores y alumnos.
Dentro del hangar había una vieja mesa con varias sillas de madera en una de las cuales yo me sentaba tranquilamente y me consideraba un espectador de excepción viendo cuánto sucedía a mí alrededor.
Los aviones empezaron a producir un ruido ensordecedor, ya que paulatinamente sus pilotos iban poniendo los motores en marcha, era una especie de precalentamiento. De repente los profesores subían a bordo y después de abrocharse los cinturones, cada una de esas aeronaves se iba dirigiendo a la pista de vuelo para poder despegar, lo que hacían uno detrás de otro con un gran orden como si alguien fuera dirigiéndolos desde algún lugar recóndito. Todos escogían la misma pista, antes de salir del aparcamiento todos miraban hacia arriba de una forma mecánica por encima del hangar, donde había una manga como las que se utilizaba antiguamente para hacer café y que indicaban la dirección en que soplaba el viento. La manga era de color rojo y blanco y aquel día estaba hinchada por un viento invisible.
Una vez que todos los aviones estuvieron en el aire, me quedé solo oyendo a lo lejos el murmullo de una frecuencia de radio por el que al parecer todo el mundo hablaba y un joven mecánico les iba contestando en una conversación que yo no entendía, con todos y cada uno de aquellos pájaros que estaban volando en aquel cielo azul que irradiaba algo mágico aquel día.
De repente alguna de aquellas aeronaves empezaron a aterrizar y volver a despegar sin pausa, uno tras otro, era como los viejos espectáculos que se hacían en EEUU en esas exhibiciones que uno solía ver en el cine. Todos se aproximaban con unas maniobras casi perfectas y regresaban de nuevo a su medio que era el cielo.
De pronto se me acercó un hombre que me despertó por un momento de aquel mundo fascinante en el cual yo estaba sumido. Era una persona de gran estatura con unos modales de militar y facciones serias, pero que despertaron mi interés cuando me preguntó que hacía en aquel lugar, si era piloto o estudiante a lo que contesté que no, que simplemente sentía fascinación por lo que estaba viendo, y procuraba verlo siempre que mi trabajo me lo permitía.
¿Le gusta la aviación? ¡No sabría que responderle señor!, dije con toda humildad y con cierto temor ya que era un polizonte allí dentro, ¿Cómo te llamas? Su rostro fue haciéndose cada vez más agradable y empezaba a esbozar una sonrisa, le contesté como me llamaba y que lo que me traía muchos días a aquel lugar era esa fascinación hacia ese mundo que había descubierto cuando tenía doce años.
¿Quieres ser piloto?, claro, le contesté sin vacilar, pero no tengo dinero suficiente para hacer el curso. De nuevo esbozó una sonrisa y me dijo – realmente debe gustarte mucho, ya que hace meses que te veo venir con asiduidad por aquí, de repente me dijo ¿Te gustaría probarlo?, yo lo miré con una cara que creo le demostró mi entusiasmo con la idea, pero de nuevo le repetí que no podía permitírmelo, el hombre se quedó pensativo durante un tiempo y me espetó –Espera un momento, voy a ver si hay algún instructor libre ahora, yo le interrumpí y le dije, francamente no quiero causarle problemas, no sea que venga el gran jefe y estemos en un aprieto los dos y en especial usted, nuevamente me sonrió y me dijo: Yo soy el jefe, soy el Coronel Amaro, y el jefe de esta base, deja que te haga una prueba y luego seguiremos hablando ¿te parece bien? A lo que asentí con la cabeza por que se me habían acabado las palabras por la emoción de lo que aquella persona a la que no conocía me estaba proponiendo.
Desapareció de mi vista y se fue en dirección a una pequeña oficina que había en el interior de aquel enorme hangar donde por cierto todavía dormían algunos aviones. De repente percibí cierto movimiento de los mecánicos y empezaron a mover un avión hacia la plataforma de aparcamiento, y sacaron un avión modelo I-111, una aeronave de escuela que llevaba pintada las letras en su cola EC-BTR. De nuevo apareció el coronel que en esta ocasión iba acompañado de otra persona a la cual me presentó diciéndome: Este es el capitán Blasco, es el jefe de instructores y vas a hacer un vuelo de prueba con él. De repente percibí que no sentía mis piernas y notaba que mi corazón me golpeaba fuertemente en la garganta. El capitán Blasco no esbozó sonrisa alguna simplemente me indicó con la mano vamos súbete al “TANGO ROMEO” y francamente debo decir que me costó seguirle porque como ya he dicho antes me costaba mover mis piernas. Subí al avión y me senté a la izquierda y él utilizó el asiento de mi derecha. De repente empezó de una manera mecánica pero con gran orden a indicarme como había que ponerlo en marcha. De pronto un mecánico se acercó por delante nuestro y le gritó a mi inesperado profesor, “Calzos puestos” y empezó manualmente a dar vueltas a la hélice en sentido contrario a las agujas del reloj, luego gritando de nuevo dijo “Magnetos en On”, y empujó la hélice en el sentido opuesto a como lo había hecho antes. El motor arrancó con ciertos estertores y la hélice empezó a girar, durante unos minutos estuvimos parados con el motor en marcha, hasta que de pronto el capitán grito de nuevo “Calzos fuera”, el mecánico obedeció y cuando se hubo retirado del alcance de nuestro avión, empezamos a movernos suavemente por la pista de hierba hasta la cabecera para despegar. Mi acompañante me indicó que fuera moviendo la palanca de potencia del motor suavemente, esto debe ser todo muy suave y debes mantener el avión centrado con la línea blanca que tienes en medio de la pista. Hice lo que él me dijo, fui dando potencia a aquel pequeño avión y de repente me gritó, cuando alcances los 70 kilómetros, tira suavemente de la palanca que tienes frente a ti y deja que el avión alcance velocidad suficiente para volar, no quieras subir de golpe hazlo nuevamente de forma suave. El avión empezaba a correr por aquella pista y cuando alcancé la velocidad queme dijo tiré muy suavemente la palanca, de pronto, sin poder creerlo estaba en el aire.
El avión ascendió rápido pero de forma paulatina y lógicamente él me ayudaba a conseguirlo, recuerda, me dijo, que el avión está hecho para volar y recuerda siempre que los aviones no se caen los tiran.
El espectáculo era maravilloso, de repente mis piernas tenían movilidad y me sentí como un niño feliz. Aquel instante decisivo marcó para siempre mi vida, me sentí distinto eufórico y tuve tiempo de admirar aquel cielo azul de aquel hermoso día mucho más de cerca. Ese es el recuerdo que todavía hoy perdura en mis pupilas y me juré a mí mismo no abandonar jamás ese mundo donde pude conocer a toda clase de pilotos incluso aquellos que eran poetas o escritores. Ese es un mundo que cuando te acoge en su seno no puedes abandonarlo jamás.
Por cierto, el curso pude pagarlo a pequeños plazos, porque tal vez lo hice bien y tenía el don de volar o simplemente porque aquel Coronel intuía que todo aquello que había vivido en unas horas, sería definitivo para mi vida, ese hombre del cual tuve el honor después de algún tiempo de su amistad, consiguió darle un sentido a mi vida y todo cuanto he hecho en el transporte aéreo, no cabe duda de que en gran parte se lo debo a él, al viejo Coronel.

OCASO

El viaje desde Barcelona al colegio, que estaba ubicado en el Maresme, era tortuoso por coche y también lleno de angustia por saber donde te llevaba el destino.
Al cabo de unas horas, en la medida que nos acercábamos al final del viaje y al principio de una nueva vida, para un niño de cinco años, iba acompañado de los últimos rayos de luz de aquel día de 1955, llegando a las puertas de un gran caserío que estaban cerradas, y en el que el nombre del colegio era ilegible por la oscuridad. Un gran portón se abrió ante todos lo que estábamos dentro del automóvil, sin darme cuenta la oscuridad vino acompañada de una fina lluvia al principio, y que dio paso a una gran tormenta. Una monja franciscana salió a nuestro encuentro en un gran patio donde el auto se había detenido, los ocupantes del vehículo me rogaron que saliera y la monja a grandes zancadas y gran rapidez, posiblemente para no mojarse, me acompañó por unas interminables escaleras hasta un gran dormitorio donde tal vez habían más de treinta camas. Con una mirada y dándome un pijama, me asigno una cama que estaba vacía y que yo entendía que a partir de aquel momento sería la mía, me cambié desvistiéndome lentamente y dejando doblada mi ropa a los pies de la cama, alcancé a ponerme mi nuevo pijama e introduciéndome en aquel camastro procuré conciliar el sueño, no sin antes ver como la monja se retiraba y apagaba una triste luz que me dio la impresión de que no iluminaba, sino que daba una simple penumbra y que prácticamente impedía ver mas de lo necesario y menos al resto de niños que por su aspecto parecían que llevaban durmiendo ya algunas horas.
No podía cerrar los ojos sólo pensaba de qué manera se puede una familia romper y romperse también el corazón de un ser humano, esa fue la primera vez en mi niñez que conocí la pena, a partir de entonces sabia que debería jugar con ella, ya que no se separaría de mí hasta que un día con doce años abandoné aquel lugar.
Tal vez esa experiencia me enseñó algo importante y que siempre he buscado con el corazón mas que con los ojos y que ha sido la familia, los amigos, el valor de la amistad y la caridad hacia mis semejantes.
Uno se pasa prácticamente toda la vida luchando contra los elementos que le van surgiendo en su transcurso, como si fuera una carrera de obstáculos interminables.
La vida, que como dijo Santiago Russiñol, es larga como el palo de un gallinero, pero llena de mierda.
En estos pensamientos estaba enfrascado, pensando, que no sólo he buscado en mi vida lo mejor para mi familia sino que además he buscado a la familia constantemente. Recuerdo las noches en aquel orfanato y me viene a la memoria un poema de un poeta victoriano que tanto me conmovió cuando lo leí, y que no era otra cosa que un canto a la pena y reza así:
Era yo un niño y le dije a la pena: “Ven, contigo he de jugar” ahora todo el día la tengo a mi vera, y por las noches siempre me confiesa:
“Mañana otra vez volveré, junto a ti vendré y me quedaré”. Juntos caminamos por la floresta junto a mí susurran sus tenues pisadas; y para nuestras cabezas resguardar ha construido un cobertizo invernal, y por las noches, entre gotas de tormenta, oigo como, junto a mí, suavemente alienta.
Cuando niño dejé de ser, por fin encontré mi familia y aunque hoy nuevamente está rota, por las miserias de los hombres y en especial debido a la estulticia que llevan la mayoría de ellos en sus corazones.
Me acomodo en mi sillón y recuerdo los momentos de felicidad que he pasado con ellos y me vienen a la memoria, cuánto los echo de menos, medito con cierta melancolía y recuerdo cuando nacieron mis hijas.
La primera hija no cabe duda de que fue el amor temprano, cuando la tienes en tus brazos, te das cuenta de que una parte de tu corazón se va con ella, cuando nace la mediana suele ser el fruto de la continuación de ese amor que todavía te embarga y otra parte del corazón se ha ido con ella, por último cuando nace la pequeña, la última, tu corazón da un vuelco tal vez porque te llega cuando tu amor está ya madurando y te arrebata el resto de tu corazón.
Cuando los hijos van haciéndose mayores, piensan, y no a veces sin razón, que tu corazón lo tiene cualquiera de sus hermanas menos ellas, sin embargo en lo más profundo de tu alma, te das cuenta, que sigue teniendo esa parte de corazón que te arrebató la primera vez que la viste abrir los ojos, la mediana piensa que el estar emparedada entre dos no cuenta, pero uno siente que tiene por lo menos la mitad de corazón, y por último la pequeña piensa que tu amor, el amor de sus padres, está con las otras, cuando en realidad tiene mucho más que las demás porque ha sido capaz de tener una parte de tu ya viejo corazón y el corazón de sus propias hermanas, o como dice el poema “No hay amiga como una hermana haga sol, lluvia o nevada, para que te anime en el hastío, te oriente en el desatino, te levante si tropiezas y te sujete cuando te enderezas”.
Así se escribe la historia generalmente entre padres e hijos, que cuando se dan cuenta, de todo el amor que tienen y han tenido de sus padres, estos ya no están con ellos, porque se fueron por los designios de la divina naturaleza y ya no pueden acunarlos y decirles cuánto los quieres y lo importantes que han sido para sus vidas.
Y uno empieza de nuevo el viaje de retomo, el viaje hacia el ocaso de su vida rodeado de sus recuerdos y esperando pacientemente lo último que la vida le tenga reservado para él.

DAR EQUIVALE A RECIBIR

DAR EQUIVALE A RECIBIR
Dar abre la puerta a recibir. Usted tiene muchas oportunidades de dar de si mismo todos los días.
Dar palabras amables. Dar una sonrisa. Dar aprecio y amor. Dar elogios. Usted puede dar cortesía a los otros conductores mientras conduce. Usted puede dar una sonrisa a el encargado del aparcamiento de coches. Usted puede dar un caluroso saludo a la persona o la persona que le sirve su café. Usted puede dar al permitir que un extraño pueda entrar delante de usted en un ascensor, y le puede dar preguntando a qué piso va a y pulsando el botón por ellos.. Usted puede dar abrazos a sus seres queridos. Y usted puede dar aprecio y aliento a todo el mundo.
Hay muchas oportunidades para que usted pueda dar y abrir así la puerta de recibir.
Debemos ser en esta vida nuestro propio palacio o de lo contrario el mundo será nuestra prisión
En esta vida suele ser más fácil luchar por nuestros principios , aunque a veces no estemos a la altura de ellos
La vida es corta pero a su vez es grandiosa, porque es un viaje maravilloso.
Alguien dijo una vez cree a aquellos que buscan la verdad en la vida, y duda de aquellos que dicen haberla encontrado.
Como dijo Oscar Wilde todos estamos en la cloaca, pero algunos estamos mirando a las estrellas
Nunca se es demasiado viejo para fijarse una nueva meta o soñar con un nuevo sueño.
Será, pes un sueño darse a los demás o soñar con un mundo mejor.
TOMAS CANO