Lider, gran líder, gurus, escuelas de liderazgo, gurus empresariales, hay que escucharles, aquellos que realmente quieran pasar por una tarde, o por unas horas de los más entretenidas, escuchando a hombres, o mujeres henchidas de su propio orgullo. Muchos de estos personajes no digo todos, jamás han dirigido una empresa, pero son expertos en decirles, como triunfar en la vida, tanto social como laboral. Si alguien quiere saber lo que es liderazgo y lo que no lo es en absoluto debería leer, y luego pensar, sobre lo que le ocurrió a la Brigada Ligera. Espero y deseo que les sirva.
Caballeros de postín
Antes de adentrarnos en la batalla conviene que nos detengamos a analizar la personalidad de los mandos británicos que participaron en ella para comprender el porqué de su actuación. En el Royal Army aún se compraban los cargos, lo que suponía que no pocos incompetentes ocuparan puestos que superaban con creces sus habilidades, algo que unido a la falta de experiencia en combate de los elegidos para la campaña, y una red de rencillas familiares entre los mandos de la caballería, era un hándicap demasiado pesado como para que algo no saliese mal.
Lord Cardigan, dandy victoriano y perfecto botarate.
El comandante en jefe del contingente inglés, Lord Ranglan, era un afable anciano de 67 años que jamás había mandado a un solo soldado en el campo de batalla. Su carrera militar había transcurrido a la sombra del mítico Wellington, cuyo solo recuerdo parecía más que suficiente para que aquel hombre fuese designado para encabezar las tropas de la coalición y lidiar con los aliados franceses, cosa que siendo justos realizó con brillantez. Pero su falta de energía y su natural predisposición a no enemistarse con nadie resultaría a la postre fatídica para sus tropas. De los cinco jefes de división de infantería, cuatro tenían más de 60 años, lo cual evidentemente no es sinónimo de ineptitud pero sí que impregnaba al ejército de cierto aroma a lento y pesado dinosaurio. El quinto general, sin embargo, no contaba más que 35 primaveras, pero claro, era el Duque de Cambridge, primo de la Reina.
Qué decir.Media legua, media legua, Media legua ante ellos. Por el valle de la Muerte Cabalgaron los seiscientos. “¡Adelante, Brigada Ligera!” “¡Cargad sobre los cañones!”, dijo. En el valle de la Muerte Cabalgaron los seiscientos. “¡Adelante, Brigada Ligera!” ¿Algún hombre desfallecido? No, aunque los soldados supieran que era un desatino. No estaban allí para replicar. No estaban allí para razonar. No estaban sino para vencer o morir. En el valle de la Muerte cabalgaron los seiscientos. Cañones a su derecha, cañones a su izquierda, cañones ante sí. Descargaron y tronaron. Azotados por balas y metralla, cabalgaron con audacia. Hacia las fauces de la Muerte. Hacia la boca del Infierno cabalgaron los seiscientos. Brillaron sus sables desnudos, destellaron al girar en el aire, para golpear a los artilleros, Cargando contra un ejército que asombró al mundo entero: zambulléndose en el humo de las baterías. Cruzaron las líneas; cosacos y rusos retrocedieron ante el tajo de los sables hechos añicos. Se dispersaron. Entonces regresaron, pero no. No los seiscientos. Cañones a su derecha, cañones a su izquierda. Cañones detrás de sí, descargaron y tronaron; Azotados por balas y metralla, mientras caballo y héroe caían, los que tan bien habían luchado entre las fauces de la Muerte. Volvieron de la boca del Infierno. Todo lo que de ellos quedó, lo que quedó de los seiscientos. ¿Cuándo se marchita su gloria? ¡Oh qué carga tan valiente la suya! Al mundo entero maravillaron. ¡Honrad la carga que hicieron! ¡Honrad a la Brigada Ligera, a los nobles seiscientos!”
Lord Alfred Tennyson*